sábado, 30 de agosto de 2014

Terapia Grupal basada en Sueños

La Terapia Gestalt estaba pensada, inicialmente, como terapia individual. Los inicios como terapia grupal se deben al entorno de formación. En la Gestalt, los terapeutas en formación tienen que vivenciar un proceso terapéutico como clientes/pacientes, y en este entorno nació lo que se conoce como “terapia individual en grupo”. En ella se realiza una terapia individual ante un grupo de personas, a efectos de demostración. Los asistentes del grupo “acompañan” la terapia individual realizada en su presencia; son observadores que apoyan y comentan el proceso con sus propios procesos de formación y sus propias emociones. Con las preguntas y la participación de los asistentes al final de la terapia, no es raro que surjan nuevos casos para tratar con este sistema, ya que está demostrado que el proceso de un individuo repercute y “mueve cosas” en los demás.
Dado el carácter holístico de la Gestalt, en la que se toma en consideración el entorno del paciente, la terapia grupal establece un marco de comunidad. En el grupo podemos descubrir también cómo nos movemos en sociedad y es fiel reflejo de nuestra realidad fuera de la terapia.
En una terapia grupal surgen conflictos, hay empatía, los temas nos resuenan. Podemos sentirnos movidos, tristes, acompañantes…, o al contrario, desafiantes, enfadados… Considerando que gran parte de nuestras actuaciones en sociedad son proyecciones de nuestras propias carencias y necesidades, en la terapia grupal se evidencian y es un entorno perfecto para “sanar” aquellas partes nuestras que nos obstaculizan la buena relación con el ambiente. La propia capacidad de contacto con el exterior se refleja en el grupo, y se genera una energía especial con situaciones que nos desvelan partes nuestras desconocidas y que podemos luego profundizar en terapia individual.
La terapia grupal basada en el trabajo en sueños se fundamenta en este principio: trabajamos en grupo con las emociones que surgen en uno u otro participante, vemos los ecos que generan en los demás, trabajamos los sueños como puerta al inconsciente.
Los sueños son una metáfora elaborada por nuestro inconsciente sobre la situación en la que nos encontramos en este momento. Sin embargo, el inconsciente no sabe lo que es el tiempo. Situaciones de la infancia, irresueltas, son situaciones actuales para el inconsciente. La Gestalt considera que estas situaciones irresueltas son una “cinrcunstancia inconclusa” que debe cerrarse. Si en el proceso terapéutico logramos darnos cuenta y asumir el origen de nuestro problema como una causa ajena a nosotros, habremos dado el primer paso para “cerrar” esa Gestalt inconclusa, que entonces el inconsciente dará por finalizada y dejará de “torturarnos”, por así decirlo, en nuestra vida diaria.
Con el trabajo con sueños, la terapia grupal obtiene un enfoque también más atractivo, por la profundidad que podemos alcanzar con los obstáculos que nos impiden llevar una vida feliz.

En la terapia grupal nadie está obligado a nada. Todo depende del nivel de compromiso de cada participante. Como terapeuta, acompaño al grupo facilitando la interacción y guiando hacia el “darse cuenta” sobre cómo nos movemos por el mundo. Y es el grupo mismo quien se autogestiona.

viernes, 1 de agosto de 2014

Nuestras proyecciones

En mayo escribía un artículo sobre “El Presente” y al final anunciaba que la próxima entrada iría sobre las proyecciones. Se me ha colado una entrada adicional, pero ahora cumpliré lo prometido.

Veamos la etimología: del latín prōiectiō, prōiectiōnis, sustantivo derivado de prōiciō, prōicere ("arrojar"), compuesto de prō ("por, para, hacia adelante") y el verbo iaciō, iacere ("lanzar").

Cuando se proyecta una película se lanza desde el objetivo hasta la pantalla. Los proyectiles son lanzados, etc. En la psicología, la proyección es el lanzamiento de algo nuestro hacia otras personas. Pero en este caso, la proyección puede limitarse a una simple negación de un determinado objeto, al que le atribuimos entonces otras cualidades. El objeto es recubierto de algo propio (una interpretación, una alucinación o una fantasía, por ejemplo). Y normalmente se trata de objetos que rechazamos de nosotros mismos.


La proyección es un mecanismo de defensa a través del cual el individuo se enfrenta a conflictos emocionales y amenazas de origen interno o externo, atribuyendo incorrectamente a los demás sentimientos, impulsos o pensamientos propios, que le resultan inaceptables o que le generan negación. Consiste en proyectar cualidades, deseos o sentimientos que producen ansiedad fuera de sí mismo, dirigiéndolos hacia algo o alguien a quien se los atribuyen totalmente. Es una interrupción del contacto con el auténtico ser de la otra persona. Nos podemos sentir rabiosos, pero si tenemos introyectado que no se debe estar rabioso, consideramos que es el otro quien lo está (aunque no lo esté ni de lejos). Así es como podemos llegar a considerar un ataque contra nuestra dignidad el que simplemente nos den los buenos días, como si lo dijeran adrede para molestarnos, sólo porque nos hemos levantado con el pie izquierdo y no es precisamente un buen día para nosotros.


Esta interrupción del contacto auténtico se debe a que entre en yo auténtico y la otra persona se interpone nuestra máscara, nuestro yo construido a base de mecanismos de defensa desde la más tierna infancia. Descubrir nuestras proyecciones puede resultar molesto, si no ya doloroso, pues nos confronta con esa máscara social que llevamos cada día puesta y que impide que nos reconozcamos en nuestra más profunda esencia. 

El “proyector” es una persona que no puede aceptar  sus sentimientos y acciones, porque considera que no puede sentir o actuar de esa forma. Ese “no debería” no es más que un introyecto, una creencia adquirida. Otro ejemplo: cuando sospechamos sin más que una persona está enfadada con nosotros, que nos rechaza o que intenta hacernos daño, lo más probable es que seamos nosotros los que nos sintamos así ante esa persona, sin poder aceptarlo. Devolverle sus proyecciones al paciente es uno de los pilares de la terapia. Cuando el paciente se queja de que su padre no quiere hablar con él, puede bastar con plantearle el dilema de si no será él quien no quiere hablar con su padre. Es muy probable que se dé cuenta de su implicación en ese distanciamiento con su padre.

Si nos fijamos un poco, veremos que estamos rodeados de proyecciones. Que un mensaje nunca llega limpio al oído del receptor, sino que éste lo filtra según sus expectativas y sentimientos. Por ello, un simple “buenos días” puede resultarnos tanto un amistoso saludo como un sarcasmo maltintencionado…, según nuestro estado de ánimo.





lunes, 7 de julio de 2014

Ser o no ser

¿Somos realmente auténticos? ¿Somos nosotros mismos o somos lo que los demás esperan que seamos? Unas pinceladas en ligero tono de humor para remover un poco nuestro autoconcepto.

Esta simple foto que encontré hoy en facebook me ha inspirado para volver a afilar neuronas y volcar aquí algunas ideas sobre quiénes somos, quienes creemos ser y quienes creemos que los demás esperan que seamos. Suena a trabalenguas, pero es así. 
Hoy apenas somos auténticamente nosotros. La gran mayoría de las personas se mueven por el mundo siendo lo que los demás esperan que seamos.
Nuestros mismos padres para empezar, pasando luego por nuestros profesores, nuestras amistades, nuestras parejas, nuestros jefes y colegas de trabajo… y a grandes rasgos nuestra sociedad. Una sociedad que nos “obliga” a tener una casa chula, un coche guays, ropa de marca, que pagamos a duras penas con un trabajo que en la mayoría de los casos ni nos gusta ni nos apetece, y que nos quita a veces tanto tiempo que no nos queda nada para disfrutar de esa casa, de ese coche ni de esa ropa.
Y ya me resuena de nuevo la famosa oración gestáltica de Fritz Perls: “Yo no estoy aquí para cumplir tus expectativas, ni tú estás aquí para cumplir las mías… amén”.
Nos buscamos una pareja que se acomode a lo conocido con papá y mamá, o a lo que espera determinada clase social. Nos esforzamos es conseguir la parejita y al final acabamos con cuatro hijos varones o cinco chicas para desesperación de los abuelos. Votamos lo que nos dice la tele que votemos, nos desodorizamos con AXE (y levantamos el brazo al pasar junto a la secretaria de recepción), amamos la carretera (es decir, la mirada de los demás) cuando nos desplazamos en BMW, y planchamos con esmero el cocodrilito del polo antes de salir de copas con los amigos… no vaya a ser que se note que es recortado del polo que te regalaron los suegros hace 10 años. Es decir: cumplir expectativas que, en el fondo, no son nuestras.
Pues sí, miramos nuestra sombra y la imaginación nos lleva hacia donde no estamos.  Nos induce a pensar que somos quienes no somos y nos obliga a esconder la angustia que comporta vivir la vida de nuestra sombra.
Y lo mejor (o peor) de todo es que, en el fondo, aquellos que ven más allá del lagarto y el BMW nos ven tal y como somos.

Iniciar un camino de autenticidad es iniciar nuestro propio camino, que no tiene por qué ser, ni suele ser, el camino marcado por la tele, la suegra, los padres o los compis.
Caminar por nuestro propio camino requiere valentía, pues es posible que durante un buen trecho caminemos solos. Pero solos no significa solitarios ni en soledad, pues en este camino conoceremos a una de las personas más importantes y más olvidadas de nuestra vida: nos conoceremos a nosotros mismos.

Desde allí es como nos relacionamos sin expectativas, sin prejuicios. Cuando nos valoramos y nos respetamos aprendemos a valorar y a respetar a los demás. Y es desde allí, desde ese respeto propio y mutuo, que el terapeuta acompaña a los que deciden buscarse a sí mismos y emprender el camino de la autenticidad. Cuando se cambia la forma de pensar cambiamos nuestras emociones, con ellas cambiamos entonces nuestra actitud; con una nueva actitud cambiamos nuestra vida y, con ella, nuestro destino.

lunes, 12 de mayo de 2014

El Presente

El Presente, del latín praesens, estar presente (prae-, ante(s) + esse, ser/estar).
Parece simple y comprensible, pero como lingüista germanófilo indago un poco más y me llama mucho la atención el hecho de que el término en alemán “Gegenwart” procede de la raíz “gegen” (contra) y del verbo “werden” (pasar a, convertirse en). Originalmente en alemán significaba la presencia inmediata del enemigo y la confrontación con él.
Y me pregunto si no es acertado de por sí considerar que el presente, aunque nuestro término provenga del latín, también significa una “confrontación con lo que se nos pone delante”, según la etimología germánica.
Con Sigmund Freud, la psicoterapia tenía una clara orientación hacia el pasado: era importante descubrir las causas de nuestras neuras, ubicadas más que probablemente en nuestra más tierna infancia. Alfred Adler, por el contrario, se centraba en el futuro, considerando que allí es donde la terapia nos lleva, donde tendremos que apañarnos con nuestra vida.
La Terapia Gestalt se opone en cierta manera a ambos al establecer el lema del “Aquí y ahora”. Pues el presente (donde nos “confrontamos con lo que tenemos delante”) es el único momento, el único punto, en el que se pueden tomar decisiones. El ser humano sólo tiene influencia en su vida en el instante en que vive, en el presente. Muchas personas se aferran al pasado con un “qué bien vivíamos antes” y con un “si entonces hubiera pasado esto o lo otro ahora las cosas serían diferentes”. Con ello sólo nos hacemos “incapaces” de dominar el presente. Lo damos por hecho, sentenciado y enterrado.
Y también aquellos que ponen su mirada en el futuro evitan actuar en el momento del ahora. “Algún día todo me irá mejor”, “Cuando consiga esto todo irá bien”, “Cuando encuentre mi media naranja seré feliz”,…
Sólo quien es plenamente consciente de lo que sucede a su alrededor y de lo que le sucede dentro de sí mismo dispone de la información necesaria para marcar el rumbo de sus pasos siguientes. No obstante, el pasado es importante en la medida en que lo recordamos hoy. Si el pasado nos molesta hoy es porque tenemos “gestalts inconclusas” (temas sin cerrar) en el presente. Por ejemplo en una situación de duelo: no es el suceso que pasó lo que importa en la Gestalt, sino el hecho de que ese duelo aún no ha podido cerrarse hoy. No nos importa tanto por qué estamos de duelo, sino cómo lo estamos viviendo hoy, aquí y ahora. Y el futuro también tiene su sentido mientras se mantenga relacionado con el presente. El futuro es el objetivo hacia el que orienta nuestra planificación actual. Como el futuro no existe aún, es totalmente incierto. Si basamos nuestras actividades en el presente sólo orientadas a un futuro incierto, estaremos expuestos a las expectativas positivas o negativas en las que no podemos ejercer influencia alguna.
El presente sólo existe ahora. Si lo negamos o ignoramos nos apartaremos de la calidad de vida que nos ofrece la realidad. Volviendo al tema del duelo: una persona puede elegir entre describir la tristeza de la muerte de su madre sin entrar en el tiempo. Es decir que hablará sobre sentimientos y emociones, ideas e intenciones…, de las esperanzas de que es consciente. Pero también podría elegir referirse al tiempo, diciendo lo triste que está aún por la muerte de su madre hace dos años, o porque teme que se morirá dentro de un par años. Los detalles de nuestra vida se enmarcan o en una dimensión temporal o en una dimensión espacial. Hay acontecimientos que suceden en el tiempo, pero de hecho no hay tiempo en sí. Sólo existe el ahora y es en este ahora en el que la terapia Gestalt actúa. Cómo vives esto ahora, que te mueve esto ahora. Sólo en el ahora, en el presente, podemos actuar y lograr un cambio en el “cómo”. No podemos cambiar el dolor sufrido por la muerte de una madre, por una separación, por la pérdida de un trabajo, como tampoco podemos prever el dolor de una frustración, de un objetivo deseado y no alcanzado, o de una expectativa de pareja en el futuro…, simplemente porque aún no existen. Pero sí podemos influir en nuestra actitud llegado el caso, si somos conscientes de lo que somos hoy, de dónde estamos, cómo nos movemos, cómo hablamos, cómo juzgamos a los demás…, y sobre todo cómo nos juzgamos a nosotros mismos (quizás la parte más importante de un proceso terapéutico).


Próxima entrada: Nuestras proyecciones.

domingo, 13 de abril de 2014

La frustración

“¡Caramba. Esto no es lo que yo había pedido!”
 “¡Ostras, se me ha quemado la pizza!”
“¡Vaya, ya no me quedan cervezas en la nevera y es domingo!”
"¡Ya no quedan habitaciones en el hotel al que queríamos ir!"
"¡He perdido el tren y me tengo que esperar al siguiente!"
"¡Con las ganas que tenía de pasear por la montaña y se pone a llover!"

Este tipo de frustraciones son el pan nuestro de cada día. Forman parte de nuestra vida. Son expectativas, futurizaciones que hemos elucubrado o planificado en nuestra mente y nos acompañan permanentemente.

Pero hay otras frustraciones de mayor peso que nos causan mucha angustia:
"¡He invertido todos mis ahorros en un negocio que no funciona!"
"Creía haberme casado con el hombre/la mujer de mis sueños y resulta ser el/la de mis pesadillas!",
Hay frustraciones, como las primeras que menciono, que no dependen tanto de nosotros. Pero las que sí dependen de nuestros proyectos, nuestras expectativas y nuestros deseos, no son más que la consecuencia de haber sobrepasado nuestros límites. Y al traspasarlos nos sobreviene la angustia. ¿Y qué es la angustia? La angustia es la brecha entre el ahora y el después. Es el bloqueo de la excitación de ese proyecto, que queda, así, estancada y puede llegar hasta a hacernos enfermar. Nos sobreviene porque habíamos puesto demasiada energía en un proyecto de futuro, confiando demasiado en que se cumplirían nuestras expectativas.
Cuando una frustración nos produce angustia, ésta aumentará si nos hundimos en la sensación de fracaso. Se multiplicará mientras no cambiemos la forma de considerar la situación: las cosas son lo que son…, ¿Qué puedo aprender de ello? ¿Qué actitud me resultará más útil? Se trata de re-conocer en el momento presente la necesidad que ha quedado insatisfecha, descubrir cómo hemos llegado a ese impasse y asumir la lección que podemos extraer de ello. Porque, en el fondo, lo pasado, pasado está, es inamovible e inalterable. Y el futuro no existe aún y dependerá de nuestra actitud ante dicha frustración, de cómo la asimilamos: quizás sea hora de re-pensarse cuáles son nuestros límites, a qué hemos dado preferencia y qué hemos dejado de lado. Sobre todo, qué tipo de energía le quiero poner a lo que viene ahora. ¿Me dejo arrastrar por la angustia y me quejo, me recluyo y me desespero? ¿O encaro la situación con serenidad pues hay lo que hay, tomo conciencia de todo lo positivo que me puede aportar y aprendo a no tropezar con la misma piedra?

Probablemente no te hayas preparado lo suficiente para ese nuevo proyecto, o has confiado demasiado en la suerte. Probablemente te emparejaste con unas expectativas que tu pareja no podía cumplir. 
Desfallecer y lamentarse no es, sin duda, la solución. 
Toda frustración marca un nuevo punto de inicio, una nueva bifurcación en nuestro camino por la vida; y aunque la vida sea corta y sólo haya una…. ¡por suerte es muy ancha!

martes, 1 de abril de 2014

El trabajo con sueños en la Gestalt


La interpretación de los sueños suena a quimeras alquímicas o a noctámbulos y alevosos programas televisivos de relleno a las tres de la madrugada, con adivinos, quirománticos y ectoplasmas publicitarios para los insomnes.

Sin embargo, en la terapia Gestalt se utilizan los sueños como fuente de información del inconsciente. Está científicamente demostrado que los sueños son un ejercicio de compensación de nuestra mente para procesar y reordenar la actividad cognitiva que hemos tenido durante la vigilia. Sin los sueños, la conciencia se embota. El descanso nocturno no sólo es necesario para reponer fuerzas físicas sino también psíquicas. ¿Y cómo se lleva a cabo esta compensación?

Mientras dormimos, nuestro “consciente” baja la guardia y nuestro inconsciente puede campar más a sus anchas. Por raro y sorprendente que nos parezca, nuestro inconsciente nos conoce mejor que nosotros a nosotros mismos. Toma imágenes almacenadas en los recuerdos, las mezcla con ideas abstractas, introduce algún elemento vivido justo la misma tarde antes, para “decorar”, y nos explica una historia complicada, inverosímil, a veces angustiante… y a veces terrorífica (las consabidas pesadillas). Y esta película que nos presenta el inconsciente es un mensaje cifrado, metafórico, que nos habla de nuestras necesidades, nuestros anhelos, nuestros miedos más profundos y nuestras neuras, más ancladas en nuestro organismo de lo que podíamos suponer.

En la terapia Gestalt no se “interpretan” los sueños, y menos con ayuda de libros en los que se establecen paralelismos entre símbolos y supuestos significados. En la Gestalt se trabaja con ellos como en una sesión terapéutica, se “traducen” acompañando al soñante en el descubrimiento de ese mensaje oculto a través de asociaciones, emociones, imágenes y sentimientos. Y tampoco se encasillan dentro de lo racional, pues está demostrado que hay sueños que pueden ser incluso premonitorios.

Aunque los símbolos que aparecen en los sueños (por ejemplo, un caballo blanco, o un río caudaloso) dependen mucho de la emoción que suscitan en el soñante, sí que existe una cierta relación con arquetipos ancestrales. Por ejemplo, se suele relacionar mucho el agua con las emociones. El caballo (o cualquier otro animal) con nuestra parte más instintiva, etc. No obstante, los terapeutas no sacamos conclusiones. Es el soñante que nota cómo se van relacionando estas imágenes oníricas con sus propias emociones.

Los terapeutas podemos, con cierto “entrenamiento”, autoanalizar nuestros propios sueños, aunque no hay nada como el acompañamiento terapéutico por parte de un experto, pues como cualquier mortal, también podemos “pasar por alto” determinados mensajes (y entrecomillo “pasar por alto” porque no es un despiste cualquiera, sino la conciencia que decide que eso… mejor lo dejamos de lado y vamos a por lo facilillo…).

Cuando recordamos un sueño consideramos que la conciencia “lo deja pasar” porque ya estamos preparados para descubrir, comprender e integrar su mensaje. Muchas veces nos despertamos y pensamos que no hemos soñado nada. Sí que hemos soñado, y varias veces durante la noche; sólo que al despertarnos se activa un filtro que borra esos mensajes, porque probablemente no estemos aún preparados para entenderlos.

Para trabajar un sueño hay que experimentarlo en presente y en primera persona, hay que escenificarlo parándonos en las distintas escenas por las que transcurre. Todo el contenido del sueño tiene su mensaje: las personas, los objetos, las formas, las voces,… todos son proyecciones nuestras que, de forma encubierta, nos envían un mensaje. A medida que vamos entrando en el sueño analizamos la estructura de las distintas escenas (suelen ser tres) que dividimos cada una en los capítulos de localización, intriga y desenlace. Podemos centrarnos en un solo objeto o una sola persona, o trabajar lentamente varias situaciones del sueño. Y con sólo ver lo que se anota en esta tabla de tres escenas por tres capítulos ya nos comienza a dar una pista importante sobre el mensaje oculto.

A medida que revivimos el sueño con los ojos cerrados y experimentándolo en el presente, vamos percibiendo las emociones que nos provocan, vamos estableciendo relaciones y, bien guiados, podemos alcanzar algún punto nuclear de nuestra, así llamada, “neura”. 

Los trabajos con sueños son una herramienta muy eficaz para complementar una terapia. Nos abren nuevas posibilidades y nos desvelan rincones del inconsciente que nos avisan sobre temas pendientes. La creatividad oculta del inconsciente humano es, sin lugar a dudas, mucho más sorprendente de lo que conscientemente podamos creer.

jueves, 27 de marzo de 2014

Los tres cerebros

Los humanos, a diferencia de los demás seres vivos del planeta, tenemos tres cerebros:
El primero, el más básico, es el cerebro reptiliano que se ocupa de los aspectos más instintivos. Regula el apetito, el sueño y los ciclos biológicos naturales.
El segundo, común a los mamíferos, es el cerebro límbico que se ocupa de los aspectos relacionales y emocionales más sutiles y refinados (las caricias, el apego, la tristeza, la alegría, la angustia, la rabia, el amor).
Y el tercero, exclusividad del ser humano, el moderno córtex cerebral, racional y representacional, capaz de ordenar la realidad a escalas modificadas, anticipándola, pensándola; sede de la creatividad, pero a la vez capaz de alejarnos de los sinsabores del presente. Capaz de estancarse en sucesos del pasado y de futurizar rechazando lo que sucede a nuestro alrededor y en nuestro interior.
Cuando permitimos que este córtex intente dominar a los cerebros más antiguos, el organismo empieza a fallar. Cuanto más antiguo es, mayor es su prioridad, y el córtex no debe atribuirse poder alguno para mandar sobre las funciones de los dos anteriores.
Respiramos, el corazón late, miles de conexiones nerviosas funcionan al unísono…, mejor no cuestionarlas, ¿no? Dice la fábula del ciempiés que alguien le preguntó un día cómo hacía para coordinar tantas patas y el ciempiés se puso a pensar sobre ello. Dicen que desde entonces no ha vuelto a caminar.
Tampoco debemos cuestionar los estados de ánimo en que nos pone nuestro cerebro límbico, no debemos reprimir un estado de tristeza porque “no esté bien visto”, ni tragarnos un enfado “no vaya a ser qué…”. El bloqueo de las emociones conlleva consecuencias en el organismo. Los intentos de controlar lo incontrolable produce su descontrol. Cuando la mente se inmiscuye en los procesos espontáneos como la sexualidad, la respiración, el sueño, nos estamos aproximando mucho al sufrimiento.
Las fuerzas y tendencias rechazadas se cabrean. La agresividad se convierte en violencia, la culpa en depresión, la envidia en insolencia, la ternura en dependencia . Lo que escondemos y queremos destruir nos maneja a nosotros y acabamos con migrañas, alergias, desarreglos intestinales, infartos…
Es necesario buscar el equilibrio entre los tres cerebros, para que cada uno de ellos haga lo que tiene que hacer, cuando tenga que hacerlo y limitando al mínimo la fluidez de cada uno.

Este texto ha sido extraído (de forma resumida y algo reescrita) del libro “Vivir en el Alma”, de Joan Garriga Bacardí (Ed. Ridgen Institut Gestalt, 2011)


miércoles, 26 de marzo de 2014

¡Frena! Te estás perdiendo el aquí y ahora

El camino del crecimiento personal no resulta nada fácil. Es un camino jalonado de tomas de conciencia y de realidades chocantes que no se acaba nunca. Porque el camino es el objetivo, no la meta, pues en el fondo no la hay. La meta, como tal, no es más que el final de la vida, con todo lo vivido, con cada segundo vivido, a ser posible sin desperdiciar ni uno.
Por eso la Terapia Gestalt es una terapia de proceso, orientada a cómo recorremos este camino que es la vida y no a metas determinadas. Vivir para alcanzar una meta nos aprisiona como el cinturón de seguridad en un coche. A medida que vamos avanzando a la máxima velocidad posible, la vida pasa demasiado deprisa a nuestro lado y apenas la vemos. Incluso si llegáramos a esa utópica meta que nos empeñamos en alcanzar como sea, nos habríamos perdido todo lo que ha pasado a nuestro lado. Y evidentemente no por ello viviremos más y mejor, sino que viviremos menos (la mitad la dejamos en la autopista) y sin la riqueza de todo lo que hemos dejado pasar sin mirar siquiera: es decir, menos y peor.

La vida es corta, pero muy ancha”, era el título de un divertido libro que no llegué a leer, pero que vi en librerías hace un par de años. Me quedé con el título porque es la pura verdad: es corta, así que no tenemos mucho tiempo para disfrutarla…, pero es muy ancha. Y para disfrutar de esa anchura hay que pararse, porque –si entendemos como “vertical” la dirección hacia el final de vida– esa anchura sólo existe en “horizontal”, y esa horizontalidad es el “aquí y ahora”.
Párate y mira a tu alrededor. Está bien tener ambición, metas que alcanzar, expectativas de mejorar. Pero si son nuestro único objetivo, nos estamos olvidando de un tesoro muy valioso: lo que sucede en cada momento a nuestro alrededor.
Hagamos que estos sucesos contemporáneos a nuestro alrededor sean también meta, pues ya hemos llegado a ellos, ¿no? ¿Y qué podemos aprender de ellos? ¿Cómo podemos disfrutarlos? ¿Qué mensaje nos traen, incluso cuando son momentos tristes?
Por ejemplo, uno de los fundamentos de la terapia de pareja es considerar que, en caso de separación, jamás habrá sido tiempo perdido. Pues lo que no hayamos conseguido con nuestra pareja nos habrá enseñado lo que realmente necesitamos y las equivocaciones que podemos evitar. Siempre hay algo que salvar de cualquier relación, por tóxica que fuera: fue parte del camino, el único que recorremos sólo una vez.
La Terapia Gestalt abre un nuevo horizonte a las conciencias bloqueadas por creencias, críticas, expectativas, miedos y deseos inalcanzables. La renuncia a ellos deja automáticamente espacio al ser auténtico, a la identificación con nuestra esencia, nuestro propio bienestar. Y nos prepara para afrontar las adversidades de la vida, que siempre habrá, con otra mirada, un corazón abierto, una autoestima reforzada y un reconocimiento de lo que es nuestro y de lo que no lo es, pues es de los demás, de la sociedad, de nuestros padres, de ciertas expectativas ajenas a nuestro niño interior.
Seguiré publicando aspectos de la Terapia Gestalt, compartiéndolos con vosotros desde distintos puntos de vista y detallando algún que otro rincón de este camino de crecimiento que inicié dudoso, pero con ilusión, y que recorro con alegría.
Para profundizar en más emociones, sensaciones y sentimientos desde el punto de vista gestáltico no dejéis de visitar los blogs de mis colaboradoras Eulàlia París (http://www.llumsambombres.com) y Núria Rocasalbas (http://comounavedepaso.blogspot.com.es). Yo escribo hoy más desde la mente, mientras que ellas escriben más desde el corazón y desde el instinto.

Miguel
(www.SQGestalt.com)