viernes, 1 de agosto de 2014

Nuestras proyecciones

En mayo escribía un artículo sobre “El Presente” y al final anunciaba que la próxima entrada iría sobre las proyecciones. Se me ha colado una entrada adicional, pero ahora cumpliré lo prometido.

Veamos la etimología: del latín prōiectiō, prōiectiōnis, sustantivo derivado de prōiciō, prōicere ("arrojar"), compuesto de prō ("por, para, hacia adelante") y el verbo iaciō, iacere ("lanzar").

Cuando se proyecta una película se lanza desde el objetivo hasta la pantalla. Los proyectiles son lanzados, etc. En la psicología, la proyección es el lanzamiento de algo nuestro hacia otras personas. Pero en este caso, la proyección puede limitarse a una simple negación de un determinado objeto, al que le atribuimos entonces otras cualidades. El objeto es recubierto de algo propio (una interpretación, una alucinación o una fantasía, por ejemplo). Y normalmente se trata de objetos que rechazamos de nosotros mismos.


La proyección es un mecanismo de defensa a través del cual el individuo se enfrenta a conflictos emocionales y amenazas de origen interno o externo, atribuyendo incorrectamente a los demás sentimientos, impulsos o pensamientos propios, que le resultan inaceptables o que le generan negación. Consiste en proyectar cualidades, deseos o sentimientos que producen ansiedad fuera de sí mismo, dirigiéndolos hacia algo o alguien a quien se los atribuyen totalmente. Es una interrupción del contacto con el auténtico ser de la otra persona. Nos podemos sentir rabiosos, pero si tenemos introyectado que no se debe estar rabioso, consideramos que es el otro quien lo está (aunque no lo esté ni de lejos). Así es como podemos llegar a considerar un ataque contra nuestra dignidad el que simplemente nos den los buenos días, como si lo dijeran adrede para molestarnos, sólo porque nos hemos levantado con el pie izquierdo y no es precisamente un buen día para nosotros.


Esta interrupción del contacto auténtico se debe a que entre en yo auténtico y la otra persona se interpone nuestra máscara, nuestro yo construido a base de mecanismos de defensa desde la más tierna infancia. Descubrir nuestras proyecciones puede resultar molesto, si no ya doloroso, pues nos confronta con esa máscara social que llevamos cada día puesta y que impide que nos reconozcamos en nuestra más profunda esencia. 

El “proyector” es una persona que no puede aceptar  sus sentimientos y acciones, porque considera que no puede sentir o actuar de esa forma. Ese “no debería” no es más que un introyecto, una creencia adquirida. Otro ejemplo: cuando sospechamos sin más que una persona está enfadada con nosotros, que nos rechaza o que intenta hacernos daño, lo más probable es que seamos nosotros los que nos sintamos así ante esa persona, sin poder aceptarlo. Devolverle sus proyecciones al paciente es uno de los pilares de la terapia. Cuando el paciente se queja de que su padre no quiere hablar con él, puede bastar con plantearle el dilema de si no será él quien no quiere hablar con su padre. Es muy probable que se dé cuenta de su implicación en ese distanciamiento con su padre.

Si nos fijamos un poco, veremos que estamos rodeados de proyecciones. Que un mensaje nunca llega limpio al oído del receptor, sino que éste lo filtra según sus expectativas y sentimientos. Por ello, un simple “buenos días” puede resultarnos tanto un amistoso saludo como un sarcasmo maltintencionado…, según nuestro estado de ánimo.





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