El camino del crecimiento personal no resulta nada fácil. Es
un camino jalonado de tomas de conciencia y de realidades chocantes que no se
acaba nunca. Porque el camino es el objetivo, no la meta, pues en el fondo no la hay.
La meta, como tal, no es más que el final de la vida, con todo lo vivido, con cada segundo vivido, a
ser posible sin desperdiciar ni uno.
Por eso la Terapia Gestalt es una terapia de proceso, orientada a cómo recorremos este camino que es la vida y no a metas determinadas. Vivir para
alcanzar una meta nos aprisiona como el cinturón de seguridad en un coche. A
medida que vamos avanzando a la máxima velocidad posible, la vida pasa demasiado deprisa a nuestro lado y apenas la vemos. Incluso si llegáramos a esa utópica
meta que nos empeñamos en alcanzar como sea, nos habríamos perdido todo lo que ha pasado a nuestro lado. Y
evidentemente no por ello viviremos más y mejor, sino que viviremos menos (la
mitad la dejamos en la autopista) y sin la riqueza de todo lo que hemos dejado
pasar sin mirar siquiera: es decir, menos y peor.
“La vida es corta,
pero muy ancha”, era el título de un divertido libro que no llegué a leer,
pero que vi en librerías hace un par de años. Me quedé con el título porque es
la pura verdad: es corta, así que no tenemos mucho tiempo para disfrutarla…,
pero es muy ancha. Y para disfrutar de esa anchura hay que pararse, porque –si
entendemos como “vertical” la dirección hacia el final de vida– esa anchura
sólo existe en “horizontal”, y esa horizontalidad es el “aquí y ahora”.
Párate y mira a tu alrededor. Está bien tener ambición,
metas que alcanzar, expectativas de mejorar. Pero si son nuestro único objetivo,
nos estamos olvidando de un tesoro muy valioso: lo que sucede en cada momento a
nuestro alrededor.
Hagamos que estos sucesos contemporáneos a nuestro alrededor
sean también meta, pues ya hemos llegado a ellos, ¿no? ¿Y qué podemos aprender
de ellos? ¿Cómo podemos disfrutarlos? ¿Qué mensaje nos traen, incluso cuando
son momentos tristes?
Por ejemplo, uno de los fundamentos de la terapia de pareja
es considerar que, en caso de separación, jamás habrá sido tiempo perdido. Pues
lo que no hayamos conseguido con nuestra pareja nos habrá enseñado lo que
realmente necesitamos y las equivocaciones que podemos evitar. Siempre hay algo
que salvar de cualquier relación, por tóxica que fuera: fue parte del camino,
el único que recorremos sólo una vez.
La Terapia Gestalt abre un nuevo horizonte a las conciencias
bloqueadas por creencias, críticas, expectativas, miedos y deseos
inalcanzables. La renuncia a ellos deja automáticamente espacio al ser
auténtico, a la identificación con nuestra esencia, nuestro propio bienestar. Y
nos prepara para afrontar las adversidades de la vida, que siempre habrá, con
otra mirada, un corazón abierto, una autoestima reforzada y un reconocimiento
de lo que es nuestro y de lo que no lo es, pues es de los demás, de la
sociedad, de nuestros padres, de ciertas expectativas ajenas a nuestro niño
interior.
Seguiré publicando aspectos de la Terapia Gestalt, compartiéndolos
con vosotros desde distintos puntos de vista y detallando algún que otro rincón
de este camino de crecimiento que inicié dudoso, pero con ilusión, y que recorro
con alegría.
Para profundizar en más emociones, sensaciones y
sentimientos desde el punto de vista gestáltico no dejéis de visitar los blogs
de mis colaboradoras Eulàlia París (http://www.llumsambombres.com) y Núria
Rocasalbas (http://comounavedepaso.blogspot.com.es). Yo escribo hoy más desde
la mente, mientras que ellas escriben más desde el corazón y desde el instinto.
Miguel
(www.SQGestalt.com)
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