Los humanos, a diferencia de los demás seres vivos del
planeta, tenemos tres cerebros:
El primero, el más básico, es el cerebro reptiliano que se ocupa de los aspectos
más instintivos. Regula el apetito, el sueño y los ciclos biológicos naturales.
El segundo, común a los mamíferos, es el cerebro límbico que se ocupa de los aspectos
relacionales y emocionales más sutiles y refinados (las caricias, el apego, la
tristeza, la alegría, la angustia, la rabia, el amor).
Y el tercero, exclusividad del ser humano, el moderno córtex cerebral, racional y
representacional, capaz de ordenar la realidad a escalas modificadas,
anticipándola, pensándola; sede de la creatividad, pero a la vez capaz de alejarnos de los sinsabores del presente.
Capaz de estancarse en sucesos del pasado y de futurizar rechazando lo que
sucede a nuestro alrededor y en nuestro interior.
Cuando permitimos que este córtex intente dominar a los
cerebros más antiguos, el organismo empieza a fallar. Cuanto más antiguo es, mayor
es su prioridad, y el córtex no debe atribuirse poder alguno para mandar sobre
las funciones de los dos anteriores.
Respiramos, el corazón late, miles de conexiones nerviosas
funcionan al unísono…, mejor no cuestionarlas, ¿no? Dice la fábula del ciempiés
que alguien le preguntó un día cómo hacía para coordinar tantas patas y el
ciempiés se puso a pensar sobre ello. Dicen que desde entonces no ha vuelto a
caminar.
Tampoco debemos cuestionar los estados de ánimo en que nos
pone nuestro cerebro límbico, no debemos reprimir un estado de tristeza porque “no
esté bien visto”, ni tragarnos un enfado “no vaya a ser qué…”. El bloqueo de
las emociones conlleva consecuencias en el organismo. Los intentos de controlar
lo incontrolable produce su descontrol. Cuando la mente se inmiscuye en los
procesos espontáneos como la sexualidad, la respiración, el sueño, nos estamos
aproximando mucho al sufrimiento.
Las fuerzas y tendencias rechazadas se cabrean. La
agresividad se convierte en violencia, la culpa en depresión, la envidia en
insolencia, la ternura en dependencia . Lo que escondemos y queremos destruir
nos maneja a nosotros y acabamos con migrañas, alergias, desarreglos
intestinales, infartos…
Es necesario buscar el equilibrio entre los tres cerebros,
para que cada uno de ellos haga lo que tiene que hacer, cuando tenga que
hacerlo y limitando al mínimo la fluidez de cada uno.
Este texto ha sido extraído (de forma resumida y algo
reescrita) del libro “Vivir en el Alma”, de Joan Garriga Bacardí (Ed. Ridgen Institut
Gestalt, 2011)