“¡Ostras, se me ha
quemado la pizza!”
“¡Vaya, ya no me quedan cervezas en la nevera y es domingo!”
"¡Ya no quedan habitaciones en el hotel al que queríamos ir!"
"¡He perdido el tren y me tengo que esperar al siguiente!"
"¡Con las ganas que tenía de pasear por la montaña y se pone a llover!"
Este tipo de frustraciones son el pan nuestro de cada día. Forman
parte de nuestra vida. Son expectativas, futurizaciones que hemos elucubrado o
planificado en nuestra mente y nos acompañan permanentemente.
Pero hay otras frustraciones de mayor peso que nos causan
mucha angustia:
"¡He invertido todos mis ahorros en un negocio que no funciona!"
"Creía haberme
casado con el hombre/la mujer de mis sueños y resulta ser el/la de mis
pesadillas!",
…
Hay frustraciones, como las primeras que menciono, que no
dependen tanto de nosotros. Pero las que sí dependen de nuestros proyectos, nuestras
expectativas y nuestros deseos, no son más que la consecuencia de haber
sobrepasado nuestros límites. Y al traspasarlos nos sobreviene la angustia. ¿Y qué
es la angustia? La angustia es la
brecha entre el ahora y el después. Es el bloqueo de la excitación de ese
proyecto, que queda, así, estancada y puede llegar hasta a hacernos enfermar. Nos sobreviene porque habíamos puesto demasiada energía en un proyecto de futuro, confiando demasiado en que se cumplirían nuestras expectativas.
Cuando una frustración nos produce angustia,
ésta aumentará si nos hundimos en la sensación de fracaso. Se multiplicará
mientras no cambiemos la forma de considerar la situación: las cosas son lo que
son…, ¿Qué puedo aprender de ello? ¿Qué actitud me resultará más útil? Se trata
de re-conocer
en el momento presente la necesidad que ha quedado insatisfecha, descubrir cómo
hemos llegado a ese impasse y asumir
la lección que podemos extraer de ello. Porque, en el fondo, lo
pasado, pasado está, es inamovible e inalterable. Y el futuro no existe aún y dependerá
de nuestra actitud ante dicha frustración, de cómo la asimilamos: quizás sea hora de re-pensarse
cuáles son nuestros límites, a qué hemos dado preferencia y qué hemos dejado de
lado. Sobre todo, qué tipo de energía le quiero poner a lo que viene ahora. ¿Me
dejo arrastrar por la angustia y me quejo, me recluyo y me desespero? ¿O encaro
la situación con serenidad pues hay lo que hay, tomo conciencia de todo lo
positivo que me puede aportar y aprendo a no tropezar con la misma piedra?
Probablemente no te hayas preparado lo
suficiente para ese nuevo proyecto, o has confiado demasiado en la suerte.
Probablemente te emparejaste con unas expectativas que tu pareja no podía
cumplir.
Desfallecer y lamentarse no es, sin duda, la solución.
Toda frustración marca un
nuevo punto de inicio, una nueva bifurcación en nuestro camino por la vida; y aunque la vida sea corta y sólo haya una…. ¡por suerte es muy ancha!